Dune: «The Edge of a Crysknife», traducido (y IV)

Capítulo 9

Durante los siete años que Abulurd Harkonnen sirvió como gobernador de Arrakis, los Fremen continuaron acosándole, atacándole y avergonzándole. Haciendo todo lo posible, aumentó la seguridad y tomó medidas punitivas de castigo con furia. Con cada revés, su posición se erosionaba aún más.

Con el sabio consejo de la Naib Safia y la planificación deliberada de Mapes, los comandos atacaron y dañaron repetidamente las operaciones de especia. En su mayor parte, el gobernador Abulurd lograba cubrir los accidentes y los déficits con préstamos del tesoro Harkonnen. Mapes imaginó que su medio-hermano en Giedi Prime debía estar furioso ante tal incompetencia.

«Nuestra única victoria verdadera llegará cuando el Emperador Elrood sienta el dolor como una herida profunda», dijo Safia mientras se dirigía a un grupo de ancianos Fremen y Fedaykin.

«Hemos dañado sus equipos, arruinado las cosechadoras de especia, saboteando los envíos», señaló Mapes, «la producción de melange bajo Abulurd Harkonnen ha disminuido notablemente, y el Emperador lo sabe».

Su hijo Samos, el hombre más joven de la reunión, habló con voz de fuego. «Los números en un informe pueden ser condenatorios, pero debemos hacer algo que se note, un gran golpe en lugar de solo avergonzarle!. La especia es el único arma que podemos usar. Ya no podemos ir eliminando poco a poco a estos extranjeros. No podemos simplemente cortarles con la punta de un cryscuchillo. Debemos causarles una herida mortal».

Los Fremen alrededor de la mesa de convocatoria murmuraron y asintieron como si todos entendieran, pero Mapes dejó escapar un suspiro de impaciencia. «Una declaración audaz, Samos, pero eso no significa nada sin un plan audaz: un plan específico seguido de una acción específica».

La sonrisa lobuna del joven le recordaba mucho a la de Rafir.

«Y eso es exactamente lo que tengo en mente, madre». Desenrolló un trozo de papel de especia que contenía un mapa topográfico detallado de una sección de la Muralla Escudo, muy al sur de Arrakeen. Señaló una pequeña y limpia cuenca rodeada de terreno accidentado y altos acantilados. «El complejo de la refinería de Orgiz, una de las instalaciones de procesamiento de especia más grandes de Dune. Ha estado en funcionamiento durante doscientos años, pero Dmitri Harkonnen la amplió y fortificó. Por allí pasa el veinte por ciento de la especia procesada y enviada cada mes».

«Lo sabemos, joven Samos», dijo la Naib. «Es un objetivo de oro, pero inalcanzable. Cientos de tropas Harkonnen fuertemente armadas están estacionadas allí, con fortificaciones e incluso escudos. Los muros y barricadas son altos. Con su armamento y su posición defensiva atrincherada, se necesitarían miles de Fedaykin incluso para tener una oportunidad.»

Mapes negó con la cabeza. «Incluso entonces, sería una matanza para ambas partes».

Su hijo sonrió: «Propongo usar un arma más fuerte que cualquier cosa que posean los Harkonnen».

«Y qué tipo de arma es esa?». Mapes sacó su cryscuchillo envainado y lo puso sobre la mesa, y Samos también sacó el suyo, el que había pertenecido a su padre, apoyándolo junto al de ella.

Volvió a inclinarse sobre el mapa detallado. «El complejo de Orgiz está protegido por altas montañas volcánicas, donde está protegido de las tormentas y del desierto abierto. Pero mirad aquí». Trazó con el dedo un cañón estrecho y sinuoso, siguiendo la grieta en el mapa topográfico, hasta que enseñó dónde se ensanchaba y se abría hacia el desierto, aunque estaba casi oculto. «Mira, tienen una vulnerabilidad, una puerta trasera».

La Naib Safia estudió la ruta. «Tienes intención de llevar Fedaykin allí?. Serán vulnerables en ese estrecho desfiladero».

«No sólo Fedaykin. Algo que ni siquiera un ejército Harkonnen puede soportar». Hizo una pausa, esperándolos…

Mapes se dio cuenta de lo que quería decir. «Un gusano!. Podemos meter un gusano allí!».

El asintió. «Ningún gusano salvaje encontraría jamás su camino hacia la cuenca fortificada a través de ese enrevesado cañón, pero los Fremen pueden conducirlo. Nuestros jinetes de gusanos pueden guiar a Shai-Hulud como un ariete. Ningún arma Harkonnen podría detenerlo, y sus escudos lo alejarían.

«Es una locura!». La Naib Safia se rió a carcajadas. Los otros Fremen en la cámara murmuraron, sus voces se elevaron con entusiasmo.

«Un gusano devastador destruiría las principales operaciones de especia, y el gobernador Abulurd ni siquiera podría culparnos», dijo Mapes, y luego se volvió hacia su hijo. «Apruebo tu plan, con una condición: debo acompañar a tu equipo. Lo haremos juntos». Sabía que Rafir lo hubiera aprobado.

Miró a Safia, y la vieja Naib asintió en señal de consentimiento.

—–

El silbido de la arena bajo el enorme gusano sonaba furioso, un desafío. Doce Fedaykin cabalgaban sobre el lomo áspero y rugoso. Samos se había atado a la cresta más alta, donde utilizaba garfios de doma para conducir al gusano a lo largo del borde de la escarpada Muralla Escudo. Samos conocía la grieta secreta, el largo y sinuoso desfiladero que permitiría al gusano entrar y causar el caos.

Más abajo en el cuerpo largo y sinuoso, también atados con ganchos y cuerdas, los Fedaykin usaban separadores para abrir espacios entre los segmentos del gusano, exponiendo la carne tierna para que la criatura permaneciera fuera de la arena en lugar de excavar profundamente. Samos lo guió… un arma que los Harkonnen ni siquiera podían imaginar.

Para minimizar las posibilidades de ser vistos en el desierto abierto, los Fedaykin habían hecho su movimiento justo cuando caía la noche. El grupo de comandos había salido, había instalado un campamento base en las rocas y esperaba a su líder incendiario. Con una capa camuflada en el desierto para mantenerse invisible en la arena y las rocas, Samos había explorado el estrecho cañón que serpenteaba y giraba, una simple hendidura en las montañas. Ningún observador casual lo habría considerado otra cosa que un final ciego, pero Samos verificó que era lo suficientemente ancho para un gusano, y eso era todo lo que los comandos necesitaban saber.

Cuando estuvieron listos, los Fremen colocaron un martilleador en la arena, justo en el exterior de la boca oculta del cañón, luego dieron cuerda y soltaron el mecanismo de relojería para que el golpe constante y rítmico llamara a un gusano.

Los Fedaykin tomaron sus posiciones, observaron la ondulación de la arena que indicaba la llegada de un gusano, y cuando la enorme criatura apareció y se tragó al martilleador, los comandos subieron en tropel por su lado usando botas con púas, ganchos y garfios para trepar y controlar al gusano. Con la fuerza de una tormenta imparable, la criatura atravesó las dunas hacia el hueco en la muralla. Gritó Samos -Haiiii-Yoh!!!.

«Cabalgando alto, Mapes miró a su hijo, y su corazón se emocionó al ver al joven de dieciséis años de pie encima del gran gusano. Podía imaginarse a Rafir haciendo esto. Un arma Fremen, un arma verdaderamente Fremen. Los Harkonnen lo conocerían muy pronto.

El gusano se mostró reacio a entrar en el confinado cañón, intratable, sabiendo que no podía darse la vuelta en los estrechos muros, pero Samos usó sus garfios de doma y otros comandos pincharon la suave carne rosada entre los anillos. Finalmente, el gusano se lanzó de cabeza hacia el cañón, donde no tenía adónde ir más que hacia delante. Las paredes se alzaban altas y oscuras con sombras nocturnas a ambos lados, y Mapes supo que el gusano nunca podría volver atrás. En cambio, iba lanzado hacia su objetivo.

Samos había memorizado el camino y no necesitaba mapas topográficos. Desvió al gusano de los cañones laterales sin salida, obligándolo a profundizar cada vez más hacia la cuenca protegida con la refinería de Orgiz.

«El gusano hará toda la destrucción por nosotros!». Mapes les gritó a sus compañeros. Sintió la euforia, sintiéndose joven otra vez.

Él se quedó de pie con sus botas de púas plantadas sobre la piel áspera, agarró sus cuerdas y le sonrió. «Te creo, madre, pero espero que también encontremos algunos Harkonnen para matarlos nosotros mismos. Shai-Hulud no puede quedarse con toda la diversión!».

Las paredes del cañón pasaban rápidamente mientras el gusano de arena se precipitaba hacia su destino. Incluso con las paredes de roca cercanas a ambos lados, Mapes percibía un pálido resplandor en la noche, la neblina reluciente de las luces del complejo de la refinería de especia. Los Fremen vitorearon, tensos y sedientos de sangre.

Mapes no podía decir si el gusano de arena había activado alguna alarma de proximidad mientras avanzaba, o si los Harkonnen vigilaban el oscuro perímetro. Sabían siquiera de su vulnerabilidad?. Dada su demostrada arrogancia, se preguntó si alguna vez se habrían molestado en explorar el laberinto de cañones laterales. Pero después de la devastadora trampa en la base de la Cresta Sihaya diecisiete años antes, no dio nada por sentado.

Las paredes de roca de lava dejaron paso con sorprendente brusquedad para revelar el deslumbrante complejo. Era como una ciudad industrial escondida en un refugio de rocas, una cuenca rodeada de montañas aparentemente inexpugnables. Se había pavimentado una sección plana del suelo de la cuenca para que sirviera de campo de aterrizaje para las alas de acarreo que depositaban sus cargas de especia. Almacenes del tamaño de hangares y silos enormes estaban listos para recibir envíos de melange procedentes de las factorías de especia en las dunas.

En una mirada tan rápida como un relámpago, Mapes absorbió los detalles del lugar de procesamiento, vio los numerosos barracones, cientos de soldados patrullando, escudos, transmisores de escaneo. Es posible que Mapes hubiera considerado a Abulurd Harkonnen como modoso y tranquilo, pero en este caso había mantenido la postura fuerte que su padre había implementado para esta enorme instalación de procesamiento de especias. Orgiz era una fortaleza militar que protegía reservas gigantes de melange extraída de las arenas.

Pero ni siquiera un ejército Harkonnen podría hacer frente a un gran gusano.

La sinuosa bestia se hundió en el interior de la cuenca encajonada, libre de las paredes del cañón. El gusano de arena se agitaba de un lado a otro e instintivamente apuntó a la vibrante maquinaria, las innumerables tropas Harkonnen atrapadas dentro de lo que se había convertido en una celda de la muerte. Los comandos Fremen apenas podían ya controlarlo.

Sabiendo que era hora de desmontar, Mapes desató las cuerdas. «Deslízate hacia abajo!. Nos encargaremos de las víctimas que Shai-Hulud nos deje para matar».

Aunque incapaces de concebir lo que estaba sucediendo, los Harkonnen hicieron sonar una alarma y las sirenas chirriantes rebotaron en las altas paredes de roca. Esto no se parecía a ningún ataque al que se hubieran enfrentado jamás.

De pie sobre la cabeza del gusano como un rey conquistador, Samos lanzó un grito mudo en la noche.

Pero los Harkonnen pensaban como extranjeros, sin tener en cuenta los peligros especiales del desierto, y respondieron al ataque de una manera que les pareció obvia. Activaron los escudos de la instalación.

Alrededor de los equipos vulnerables, la refinería de especia y las alas de acarreo, aparecieron barreras parpadeantes y ruidosas. Los guardias Harkonnen también activaron sus escudos personales para bloquear cualquier rapido proyectil lanzado por un enemigo convencional.

Pero los escudos enloquecieron al gusano de arena.

Deslizándose por los ásperos anillos del monstruo, Mapes casi había llegado al agitado suelo cuando el gusano se retorció como si hubieran estallado explosiones en todos sus ganglios. Arrasado ya el confinado complejo de la refinería, la bestia se estrellaba contra las paredes de roca, golpeando cada vez más fuerte imprudentemente contra cualquier obstáculo, destrozando todo sobre el campo de aterrizaje a pesar de sus escudos protectores.

Con sus bien afinados reflejos, Mapes se lanzó, cayó en la arena y rodó, tratando de refugiarse entre las rocas. Por encima de ella, vio a varios Fedaykin arrojados por el gusano como la arenisca en una tormenta de Coriolis.

Encaramado sobre la cabeza del gusano, Samos luchaba por sujetar sus cuerdas, pero el gusano estaba fuera de control. Los escudos lo llevaban a un frenesí. La criatura se lanzó furiosamente hacia adelante, en un intento desesperado. Golpeó las paredes de roca, y a continuación intentó, estallando en fuego como un disparo, sumergirse entre la roca y arena sin lograrlo.

Samos, en un segundo, fue arrastrado por Shai-Hulud. Para el gusano pasaba tan desapercibido como la picadura de un mosquito. El grito de Mapes se perdió entre el alboroto.

Se acurrucó junto a las rocas de la pared del cañón y gritó el nombre de su hijo, pero sabía que no recibiría respuesta. La refinería de Orgiz parecía estar en medio de una tormenta Coriolis. Los soldados Harkonnen eran completamente inútiles contra aquel monstruo, a pesar de que cientos de ellos salieron corriendo con cualquier arma que pudieran portar. Y también cada uno de los Fedaykin había sido aplastado o enterrado en el caos del gusano.

La criatura arrasaba el complejo, destrozando cada edificio, cada nave, cada torre. El aire estaba impregnado de un olor a melange y sangre, a canela y a hierro. Se había destruido suficiente especia esa noche para comprar uno o dos planetas, pensó Mapes, pero su hijo estaba muerto.

Temblando, trepó por las rocas y encontró asideros que la llevaron hacia arriba y la alejaron de la catástrofe. Tuvo que seguir el cañón durante un largo, largo camino hasta adentrarse de nuevo en el desierto.

Capítulo 10

Nuevamente en Arrakeen, Mapes por ya no tenía que fingir una vida tranquila y aburrida. Se sentía entumecida, pero aún le quedaba trabajo por hacer.

En la Residencia, volvió a formar parte del personal doméstico para poder vigilar a Abulurd Harkonnen. Aunque algunos de los trabajadores la recordaban de antes, no le preguntaron adónde había ido ni por qué había regresado. A Mapes ya no le importaba, ni en un sentido ni en otro, si aquella gente podía ayudar indirectamente a sus esfuerzos por derrocar a Abulurd como gobernador, o si temían mostrar mucho interés en ella. Ella tenía su propia misión.

Sabía que debería haber apreciado su victoria. La refinería de Orgiz había sido destruida y todos los Harkonnen habían sido asesinados. Atrapado dentro de la cuenca de la Muralla Escudo, el furioso gusano no pudo encontrar el camino de regreso a través del pequeño cañón lateral. Durante muchos días, la gran criatura aún golpeaba las altas paredes de roca y atacaba a cualquier patrulla Harkonnen que se acercara a salvar algo de lo que quedara.

El gobernador Abulurd Harkonnen firmó un decreto declarando inactiva la refinería de Orgiz y asignando todas las operaciones adicionales de especia a instalaciones alternativas. La derrota resonaría durante años, si no décadas, y su vergüenza y bochorno eran absolutos. Una quinta parte de la capacidad del planeta para exportar especia había sido borrada, y ningún encubrimiento Harkonnen podría ocultarlo de la astuta mirada del Emperador Elrood.

Mientras trabajaba en la Residencia, Mapes escuchaba los chismes susurrados y los informes oficiales. Como una sirvienta anodina, pasó desapercibida, incluso mientras lloraba a su hijo perdido, Mapes encendió la pequeña llama dentro de ella. Durante los últimos siete años, su propósito había sido derrocar y eliminar a Abulurd Harkonnen. Ahora estaba a punto de lograr ese objetivo.

El gobernador caminaba por la Residencia como un hombre destrozado. Tenía los ojos enrojecidos, el rostro demacrado y el pelo rubio-ceniza despeinado, pero intentaba mostrar buen humor incluso a pesar de su abismal desgracia.

Después de años de desempeño mediocre, mala producción de especia y pérdidas imperdonables, la incompetencia de Abulurd quedaba clara para el emperador Padishah. Elrood le destituyó sumariamente de su cargo de gobernador, concediéndole sólo el tiempo suficiente para recoger algunas pertenencias personales antes de que un transporte privado lo llevara a un Crucero de la Cofradía muy lejos de Arrakis.

Mapes logró escanear las órdenes oficiales y también leyó el volátil comunicado de su medio-hermano, Vladimir. Abulurd no sólo sería expulsado de Arrakis, sino que también se le negaría la supervisión secundaria de Giedi Prime, el mundo natal de los Harkonnen. En cambio, Abulurd sería metido bajo la alfombra, enviandolo a un pequeño y apartado dominio llamado Lankiveil, un mundo de recursos naturales limitados, donde necesitaría poca orientación.

A tiempo, el enorme Crucero apareció en órbita sobre el planeta desértico, cargado con naves, transportes de carga y suministros. En el perímetro del Espacipuerto de Arrakeen, abriéndose paso entre los espectadores, Mapes logró observar cómo el odiado Abulurd Harkonnen embarcaba en la pequeña nave que se lo llevaría. El gobernador saliente se paró en la rampa de embarque, donde se volvió para mirar por última vez su ciudad y a la multitud. Levantó la mano a modo de despedida, pero la gente se limitó a quejarse y murmurar contra él. Nadie lamentó su marcha. Cuando Abulurd se dio cuenta de esto, pareció aún más destrozado, un hombre con un futuro sin futuro.

El sustituto del gobernador llegaría en el mismo Crucero y bajaría en su propio transporte a la superficie, ya que Vladimir Harkonnen había expresado su deseo, muy específico, de no estar allí para ver partir a Abulurd. No tenía ningún interés en ver a su deshonrado medio-hermano, que tanta vergüenza había traído a su noble Casa.

La nave se elevó en el aire, llevándose a Abulurd, y Mapes siguió su trayectoria hasta que la nave no fue más que una chispa plateada contra el polvoriento cielo amarillo. Sabía que la siguiente nave ya estaba saliendo de la órbita.

Entonces, se quitó los tapones de la nariz, cerró los ojos y respiró el aire seco, olió el calor abrasador y los olores de las personas que estaban allí juntas. Imaginó algo nuevo, algo como que no hubieran estado jamas en su vida en Dune. Sólo por ese breve momento, su mundo no tuvo un gobernador extranjero. Sólo por ese momento eran libres. Mapes saboreó tal pensamiento.

Al poco tiempo, un pesado y ornamentado yate espacial aterrizó en el campo del espaciopuerto de Arrakeen. Una nave que mostraba audazmente el grifo azul de la Casa Harkonnen. Sus motores a suspensor brillaron y un silbido del escape formó una nube negra y aceitosa.

Mapes se sintió inexplicablemente incómoda, pero se obligó a concentrarse en su victoria, porque le había costado mucho… Rafir, Samos, todos sus amigos Fedaykin. Por fin habían expulsado a Abulurd Harkonnen.

La nave espacial privada se abrió y extendió una rampa de embarque. Una escolta de soldados sombríos marchó en perfecta formación, con las armas en alto. Se quedaron a un lado, mirando hacia adelante. Se desplegó un estandarte naranja.

Gracias al constante acoso de las incursiones Fremen, la Casa Richese desapareció. Dmitri Harkonnen ya no estaba. Y ahora el incompetente bufón Abulurd Harkonnen también había desaparecido. Este nuevo gobernador planetario no podría ser peor.

Un hombre inmenso emergió del interior del yate espacial. Llevaba una capa y una armadura de cuero negro que realzaba su cuerpo musculoso. El brillo de un escudo personal suavizó sus rasgos. Levantó la barbilla y su mirada recorrió la multitud como la de un buitre.

«Soy el Barón Vladimir Harkonnen», dijo con voz de bajo retumbante, «y este planeta es mío».

«The Edge of a Crysknife», escrito por Brian Herbert y Kevin J.Anderson. Leer parte I, II, III

Traducción libre de Danienlared

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